Sirve de consuelo saber que, aunque con decadas de retraso, el gobierno supo corregir en mayo de 2006 el olvido histórico de un país hacia su octogenaria estrella al concederle la Orden El Sol en el grado de Comendador. Como se recuerda, cuando en los años 50 y 60 la diva causaba furor en Europa y en Estados Unidos, en el Perú fue condenada a la más injusta indiferencia, luego de que la artista aceptara la nacionalidad estadounidense.
La suya es una historia de telúrica fantasía: a fines de la década del treinta, cantando en fiestas tradicionales en Cajamarca, la joven intérprete fue descubierta por Moisés Vivanco, un funcionario estatal que la llevó a la capital. Vivanco se convirtió, dos años después, en su esposo, mánager y arreglista. A mediados de los años cuarenta se mudaron a Nueva York, pero recién en 1950 editó con Capitol Records el disco que la catapultó: «Voice of the Xtabay», con el que sedujo al público por su increíble registro vocal. Presentandóse como una alta sacerdotisa inca descendendiente del mismo Atahualpa, la diva triunfó en musicales de Broadway y Hollywood, y grabó en ese dorado período de su carrera cuatro discos de larga duración, de los cuales el más vendido fue «Mambo» (1955). La artista supo adaptar su voz a los temas en los que podía explayarse de una forma increíble. Adelantándose a su tiempo, Yma Súmac fusionó el floclor con géneros contemporáneos como el jazz, el mambo, el rock e incluso el new age. Nadie olvidará a la voz del imperio del sol.Texto que pertenece a Enrique Planas, periodista y escritor peruano. Tomado de El Comercio