CUIDADO CON LA INTOLERANCIA SI ALGUIEN DISCREPA DE NUESTRAS IDEASEsta nota viene a propósito de un reciente artículo en donde se critica el pesimismo en la poesía del vate peruano César Vallejo. Para ser más preciso, se lamenta esa letanía derrotista en su obra y que – copia fiel – tanto daño le hizo al país. Aunque, vale la pena aclarar que el artículo en cuestión no pone en entredicho la valía del poeta, sino tan solo sus mensajes cargados de pesimismo. Todo esto en el marco de las celebraciones por los ciento veinte años del nacimiento de poeta. Como era de suponerse, se armó la grande y, una vez más, se desataron los espíritus de la furia y de la intransigencia. Las redes sociales se agitaron y se levantó una tremenda polvareda. Alguien había atacado a un ícono de la literatura peruana. Para redondear la faena, Diego de la Torre – que así se llama el autor de la nota – no solo vapuleó el pesimismo de Vallejo, sino que incluyó también al cuentista Julio Ramón Ribeyro, a quien acusó de que sus cuentos fueran una tentación del fracaso. Tratando de ser objetivo, De la Torre trató de criticar el mensaje negativo que proyectaban las obras de ambos autores, pero sin tocar su calidad narrativa. Mejor dicho, la obra de estos escritores es buena, pero han dejado un relente de derrotismo que podría haber contribuido a esa desmoralización del peruano: sensación que nos acompañó por tantas décadas, y que ahora – se indica con entusiasmo – por fin se ha remontado para suerte nuestra. Complicado intento el de este crítico, intento fallido que le ha significado una azarosa fama y una mentada de toda su parentela. Ahora bien, de otro lado, salvo alguno que otro interesante argumento discrepante, las respuestas – ya sea en las redes sociales o en los medios de comunicación convencionales – fueron una retahíla de insultos y negaciones obtusas. Ahora que se han tranquilizado las aguas, me queda una pregunta:¿Tenía derecho De la Torre de atreverse a tocar a algunos de nuestros escritores con proyección internacional? Y ¿Hacerlo justo ahora que pareciera que el presente nos hace gratos guiños y que el futuro nos sonríe? Yo creo que sí, que tenía todo el derecho de disentir, y los demás, de discrepar de tales afirmaciones. Una manera de medir la solidez de nuestras ideas es contrastarla con las que se oponen. Lo recomendable es demostrar con argumentos la fortaleza de nuestras ideas. Esa es una saludable manera de comprobar nuestra verdad. Sin embargo – por lo que leo en estos días – no lo hemos comprendido aún y seguimos entrampados entre la intransigencia, el encolerizamiento, y poco dados a la discusión de las ideas. Ya había un antecedente cercano cuando al escritor Ivan Tahys se le ocurrió opinar en negativo sobre el boom de la gastronomía peruana. Le cayó tal granizada de insultos que el propio Gastón Acurio – señor del florecimiento de la gastronomía peruana contemporánea – tuvo que intervenir para frenar el atropello verbal y recordarles a todos los furibundos que una crítica debe ser procesada porque en muchos casos te permite ver el tema desde otro ángulo. También creo que la conjetura de Diego de la Torre sobre Vallejo está equivocada, porque no se puede valorar el contenido de una obra fuera de su contexto temporal y social. Además, la sola idea de que la proyección de una obra artística deba limitarse para no dar un mensaje negativo es, en sí misma, una aberración. El único compromiso de un artista es con la calidad de su propia obra y la honestidad con su punto de vista. No es posible, ni aceptable que todos estemos de acuerdo. La discrepancia es un requerimiento en la construcción de las ideas. Como muchos peruanos, estoy feliz de esta nueva etapa en la que el país parecer haber entrado de lleno. Aliviado de que los peruanos de ahora no parafraseen la frase aciaga de una novela de los años sesenta: ¿Cuando se jodió el Perú?. Alegre de que los peruanos del presente estén inflamados de de un justo optimismo. No obstante, no comparto la idea de crucificar a todo aquel que discrepe de este optimismo. Hay una sola manera de demostrar nuestra verdad, discutiendo las ideas sin destruir al individuo.