«América Latina tal y como era conocida desapareció, así como sus dictadores, su realismo mágico, su exotismo y sus guerrillas, y para reconstruirse debe buscar la democracia y la integración». Estas fueron algunas de las declaraciones del escritor mexicano Jorge Volpi antes de presentar en Bogotá su ensayo
El insomnio de Bolívar. Algo más, para Volpi, Latinoamérica se ha vuelto una región normal.
Y esa normalidad está determinada por su, cada vez mayor, similitud con las naciones de Europa. Vaya impacto para quienes todavía fantasean con la redacción de una novela que recoja los hilos fantásticos de esa latinoamérica configurada en la novelística del boom literario de los años sesenta con escritores como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, entre otros. Mucha agua ha transcurrido por la agreste geografía de esta parte del mundo, y las cosas, para algunos, han cambiado mucho.
En otra parte de su presentación recordó que algunos temas de su ensayo literario tomaron como pretexto el inicio de las celebraciones del Bicentenario de las independencias latinoamericanas para analizar qué ha llegado a ser y hacia dónde se dirige el proyecto que un día soñó el Libertador.
En su libro reciente, Volpi afirma que aborda temas polémicos, como la evolución de la democracia, los líderes de la región, el narcotráfico y los asuntos locales que trascienden las fronteras. En ese marco, el escritor llega a poner en labios de Simón Bolívar la frase: “Una América unida, menudo disparate”.
El escritor aseguró que uno de los pasos para la integración es un relevo generacional de los actuales Gobiernos “mesiánicos”, que tienen a Hugo Chávez, de Venezuela, y a Álvaro Uribe, de Colombia, como protagonistas, y que impiden ver los puntos comunes entre las naciones.
Según Volpi, aunque cada uno tiene su estilo, existen pocas diferencias entre Chávez, Uribe, Rafael Correa, Daniel Ortega o Evo Morales.
Todos “poseen la misma propensión al populismo, los mismos tics mesiánicos, la misma tentación salvadora” y, sobre todo, una “desconfianza hacia las reglas democráticas”.
Ahora bien, entonces, ¿en verdad ha cambiado tanto? Por lo menos, la vieja película de aspirantes a dictadores y populistas todavía la siguen pasando en algunos de nuestros países.
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