Me gustó «Mariposa Negra» y puntoMEDITACIONES DE UN SIMPLE VEEDOR DE CINEPara meterse en los asuntos del cine hay que tener mucho cuidado, más aun cuando de interpretar las particularidades de su lenguaje se refiere. Es decir que, aquellos que no han aprendido los giros peculiares del lenguaje audiovisual, apenas les queda apenas el recurso de decir si les gustó o no, y sólo por las razones más epidérmicas de la obra. Cuando fui a ver la última cinta de Lombardi, “Marioposa Negra”, basada en la novela del prolífico y eficiente escritor Alonso Cueto, sencillamente salí impactado. Esa primera impresión, por supuesto que tenía varias razones. La brillante narración de la novela en donde, casi desde el comienzo, se implica al lector en la incertidumbre del final, estrategia que mantiene la atención de éste durante toda la novela de Cueto. Otra razón evidente era que – quien escribe este blogs – haya sido testigo, como muchos, de lo contextual; quiero decir que muchos de esas imágenes despertaron en mí la experiencia vivida en esos sórdidos años. Si no estoy complicando el texto, lo que quiero decir es que la historia de Cueto, y adaptada por Lombardi, tenía algunos elementos extra cinematográficos que ayudaban a que el simple espectador saliera “satisfecho” porque tuvo su «ayudadita». En sentido, debo aceptar que, posiblemente, para quienes carecían de esa ayuda “extra” la película tendría que haberse defendido por sí sola, y allí, al parecer, está la madre del cordero.
Ricardo Bedoya, polémico, pero respetado crítico de cine, el domingo en el Dominical de El Comercio, desmenuza la película que me valió una larga charla de café post película hasta dejarme apenado de haber entendido tan poco niveles de interpretación de la película. El problema de la cinta radica en el tratamiento uniforme, regular, monocorde, explicativo, con que aborda cada incidente, cada giro y cada acción. Esta historia de venganza y locura (al decir de Ángela, el personaje que interpreta con solvencia Magdyel Ugaz), o de sueño y pesadilla (según la define Gabriela, la protagonista) carece de sentido de lo obsesivo, lo improbable, lo extremo, lo riesgoso, lo casual, lo inexplicable; factores que están allí, en potencia, en cada componente de la trama, influyendo en la acción o describiendo la subjetividad de Gabriela e impulsando el cumplimiento de un destino. Porque esa es, sobre el papel, la historia de Gabriela: una mujer frágil y deprimida que desafía un poder oculto y logra llegar hasta la cúspide en su obsesión, acaso demencial o absurda, por el sacrificio.
Ciertamente, la estrategia narrativa para una película responde a consideraciones distintas. La eficiencia en la sucesión de imágenes está en mostrarnos el hecho sin pasar por la articulación lingüística. El color, la musicalización, la demora, son apenas algunos de los instrumentos a tener en cuenta. Mariposa negra habla de un sueño violento, pero está filmada con la modorra o la somnolencia de una siesta de verano. Ejemplos al canto: la secuencia en que las dos mujeres ven el vídeo que registra el crimen del juez y, luego, la del asesinato del verdugo encarnado por Juan Manuel Ochoa. Esos momentos pico, cumbres del riesgo al que se someten los personajes y catalizadores del cambio de sus comportamientos, están resueltos con una abulia desdramatizada, acompasados por violines y un chelo omnipresentes. Sin preámbulos, las mujeres llegan al lugar donde verán las imágenes del crimen. El sujeto que las espera con el vídeo detonante mira a un lado y al otro de la calle para ver si alguien las sigue, y ¡ya!, peligro conjurado. Poco después, le bastan a Gabriela no más de tres escenas y dos minutos de proyección para simular ser prostituta, encontrar a un esbirro del SIN, seducirlo, asesinarlo y confirmar la información más importante: la implicación de Montesinos en el crimen del juez.
Al menos, me deja la alegría de que estemos de acuerdo en lo mejor de la película: las participaciones de Melania Urbina y Magdyel Ugaz.