DEDITOSLas rosas, le gustaban mucho las rosas y Antonio hubiera querido dibujar esos instantes en que Maria Luisa entrecerraba los ojos y acercaba la flor para sentir su fragancia y la caricia afelpaba con que los pétalos contorneaban su piel. También le gustaban las tardes caminadas sin mucha prisa, a golpe de cinco, cuando llegaba de su oficina y tiraba la cartera en cualquier mueble, subía de dos en dos las escaleras que conducían a la habitación y allí lo encontraba, parado a contraluz frente a un lienzo donde algunos trazos tenues significaban que había aprovechado bien el dia y estaría contento. Se besaban
Suavemente y casi sin mediar palabra salían a seguirle la pista a la tarde, a fumarse un cigarrillo en el parquecito cercano, a comentar trivialidades y a observar las nubes que parecían un rubrica destejida sobre el cielo ya encendido de colores. A veces Antonio, sin dejar de conversar, sacaba un lápiz y sobre cualquier papelito que el viento llevaba hasta sus pies, garrapateaba unas cuantas líneas, gaviotas raudas, velámenes estilizados, torsos desnudos. Maria Luisa lo miraba buscando en su perfil algún vestigio de aquella obsesión por el dibujo que lo llevaba a desatender lo que ella empezaba a contarle y a ensimismarse en el vuelo de un pájaro, por ejemplo, o en el romper de las olas cuando caminaban por la playa, o en un niño que se inclinaba para recoger una piedrita de colores. Si Maria Luisa lo observaba, acatando ese silencio maravillado en que se zambullía Antonio, el lápiz llenando de rayas y círculos cualquier trozo de papel. Pero al cabo de un momento, como si se tratase de romper algún maleficio, sus manos largas y traviesas lo despeinaban obligándolo a enojarse y a perseguirla entre risas y hojas crujientes, sin importarles demasiado las miradas perplejas de los niños que jugaban cerca.Haga clik aquí para continuar con el relato en la autores peruanos contemporáneos