Sergio Galarza ha publicado, entre otros, el libro de cuentos «Matacabros» (1996), «El infierno en un buen lugar» (1997), «Todas las mujeres son galgos» (1999) y «La soledad de los aviones» 2005. Ha sido colaborador de la revista Etiqueta Negra y de varias publicaciones extranjeras. Sus cuentos figuran en las antologías El cuento peruano de Ricardo Gonzáles Vigil. Abogado de profesión. Hace algunos años, partió rumbo a Madrid con una beca de estudio a buscarse un mejor futuro como escritor. En 2006, obtuvo el segundo lugar en la Bienal de Cuento Copé. El siguiente cuento ha sido transcrito del libro pubicado por la Bienal de COPE. 2006.
EL MAPACHE
Para Tito y Simona, por cuidar del mapache
Lavaplatos, ayudante de entrega de artículos informáticos, cuidador de una piscina, dependiente de la sección de comida en un supermercado, teleoperador por tres días y paseador de perros, son algunos de los trabajos que he realizado desde que iniciara este peregrinaje por la ruta incierta de los anhelos. Antes fui empleado en una oficina. ¿Oficina de qué? No importa (pero parecía una nave espacial Alucinada en los años cincuenta). Los empleados son sólo empleados en cualquier parte del mundo. He viajado por Chile, Bolivia, Paraguay, Argentina y Uruguay, Florida, Alabama, Mississipi, Louisiana, Washington, Chicago, Ohio, Nueva York y ahora escribo estas señales de viajero desde Barcelona, aunque mi hogar en España está en Madrid. Han pasado unos meses desde que partiera una mañana de forma definitiva de Lima, luego de varios regresos obligados. Lima es la ciudad donde aprendí a odiar, verbo que conjugo muy bien si de pelear se trata, donde, como una carta de despedida en cada lugar al que llegara. Sin embargo, mis odios persisten y se renuevan, mientras extraño aquella primera carta de despedida. Quien me reveló esta verdad fue un mapache.Madrid es como una maternidad para los viajeros. Aquí todo empieza y yo tenia ganas de borrar el lado A de un disco sin éxitos. El lado B es éste, que empieza como todo aquí en Madrid.Trabajo paseando perros. Es un trabajo que me aleja de la gente y sus tareas. Cuando era lavaplatos ahuyentaba a las ratas del Deep South para tirar la basura y cuando fui teleoperador tuve que soportar los discursos motivadores de un colombiano que me preguntaba a cada rato cómo me sentía. Ésta es una de las cosas que más odio, que alguien me interrumpa para preguntar cómo me siento. He llagado a creer que mi rostro refleja a un tipo huraño. ¿Acaso soy un tipo que necesita ayuda? ¿Será por eso que los amigos de mis amigos me miran raro y me hablan con timidez como si acabara de salirn de un centro de desintoxicación? A veces no me interesa hablar en las reuniones; sólo me da la gana de escuchar y quedarme ciego de fiesta. Si llego de trabajar, lo único que necesito es el descanso en una cama tendida a la perfección. Que por dentro me carcoma una calamidad, es lo de menos. Lo que importará siempre es que la cama esté bien hecha y limpia como la jaula del mapache que conocí. Llegué a Madrid en compañía de Laura, mi novia. La convencí de que no valía la pena quedarse estacionado en una misma ciudad, le dije que siempre tendría a su familia como un mapa de afectos que podría visitar cuando quisiera, y me creyó…