Por lo general, para un padre es motivo de orgullo que los hijos continúen la vocación paterna. Por supuesto que no siempre es así, y no tiene por qué serlo. En mi caso, por ejemplo, mi adorada hija ha elegido la arquitectura de interiores como ocupación. Sus días transcurren entre maquetas, planos y diseños. Le brinda a todo ello, la pasión que yo le ponía a los libros y a la construcción de historias. Ni modo. Así debe ser. No obstante, a veces los hijos te sorprenden. En este caso, encontré una crónica que ella había redactado para su curso de Redacción Creativa, curso que es parte del plan curricular de su carrera. Lo publico, casi con aire clandestino. Ella no lo sabe aún, y tampoco sabe que es muy grato comprobar que los hijos siempre serán mejores que los padres. Ups. Se me cayó la baba.
Por Nora Primo (Cuculi):
Hace algunas semanas, descubrí un mini mundo en la Plaza de Armas. El mundo de las novias. Mejor dicho, de los recién casados. Cada sábado a partir de las ocho y hasta las diez y media de la noche aproximadamente, la Plaza de Armas se llena de limosinas, carruajes, autos, taxis, y hasta taxi motos decorados con flores blancas y cintas de agua, de donde bajan los felices, y otros no tan felices, recién casados. Ya sea que bajen de una taxi moto o de una limosina, todos los novios tienen el mismo protagonismo a esas horas.
Pero ¿cómo fue que descubrí esto? Es decir ¿qué hacía yo un sábado por la noche en la plaza de armas? Al terminar con mi enamorado, después de algunos años de relación, mis sábados habían quedado sin agenda.
Aquel día, mi primer sábado de “soltera”, apuntaba a ser un día muy depresivo. Mi plan era comprar comida grasosa, postrarme frente al televisor y tirarme al abandono. Pero antes de poder ejecutar mi plan, recibí una llamada. Era mi papá que en un intento de evitar mi depresivo sábado, me invitó a su departamento a pasar la tarde. Sin muchas ganas me levanté y tomé un taxi hasta su departamento. Él me invitó a caminar, pero yo, como todos quienes acaban una relación relacionan, estaba sufriendo mi trauma post ruptura, es decir tenía la idea de que iba a encontrar a mi ex en cualquier esquina. Mi papá comenzó a nombrarme una lista de lugares donde podíamos ir a tomarnos un café o un vino. Lugares a los que yo me negaba rotundamente, perseguida por la sombra de mi fantasmal enamorado. Cuando mi papá se estaba comenzando a rendir, me propuso pasear por la Plaza de Armas. Entonces yo le dije: ¿La plaza de armas?, ¿y que vamos a hacer en la plaza de armas? Él me dijo: no sé, ver el Palacio, mira a este paso ya no quedan más lugares. Entonces, sin mayor argumento, accedí.
Paramos en una gasolinera y compramos un par de latas de cerveza, parqueamos el carro frente a la Catedral, junto a la Plaza. Entonces, cuando bajamos del auto, que nos chocamos cara a cara con una novia, que llevaba un gran vestido blanco con una larga cola que el novio trataba de cargar. Ambos lucían muy preocupados por la cola del vestido, trataban de que no se ensucie. Cuando pasaron, le comenté a mí papá, a modo de “raje”: “Ese vestido debe ser alquilado” y él me respondió: “También puede ser que ella sea maniaco compulsiva y que no quiera manchas en su preciado vestido”. Nos reímos y seguimos caminado, cuando de pronto nos percatamos de que en la Plaza no solo había una novia, sino varias parejas recién saliditas de la iglesia, declaradas como marido y mujer. Nos sentamos en las gradas de la Catedral para poder ver mejor el espectáculo.
El lugar estaba lleno de vestidos blancos y pomposos, algunos más elegantes y otros, digamos, demasiados “vistosos”. Una novia subía las gradas para tomarse una foto en las puertas de la catedral. Su gran vestido le hacia muy complicado movilizarse. Me acerqué para ayudarla. “Felicidades por tu boda”, le dije. Ella me agradeció, “tu vestido es muy bonito”. Ella entre risas me respondió “si, bueno, tardé ocho meses en encontrarlo, pero cuando lo vi supe que era mío”.
Al regresar le dije a mi papá: “Qué aburrido casarse siempre de blanco, es decir, en pleno siglo XXI, las novias no pueden pensar en otro color”. Él me respondió: “Es que no te das cuenta de lo puras, inocentes y castas que son”, mientras me señalaba con los ojos a una novia quien tenia cara de pocos amigos, y que era bastante mayor que el novio. Nos reímos bastante. Luego me comentó que había leído que en la cultura Egipcia las novias también usaban mucho el color blanco para el día de su casamiento. “Eso es mucho tiempo de moda” le respondí. Sé que fue la reina Victoria de Inglaterra, en el siglo XIX, quien contrajo matrimonio usando un gran vestido blanco, imponiendo esa moda. Desde entonces todas las novias usaron ese color. Es decir que desde hacía dos siglos la moda de las novias era la misma”.
Al día siguiente le comenté a mi mamá sobre aquel show de novias que ofrecía la Plaza de Armas los fines de semana. Bueno a esto tengo que agregar, que por ser yo su única hija, mi mamá viene planeando mi boda desde hace años. Aunque debido a mi reciente ruptura, imaginé que ella postergaría sus preparativos, por un tiempo al menos. “Me gustaría ir”, me dijo “así podremos ver que fotógrafo es mejor”. Aparentemente mi ruptura no había afectado en lo absoluto sus planes.
Hay algo que tienen las bodas que va más allá del hecho de unir tu vida con otra persona. Se preparan con meses y a veces hasta con años de anticipación. La fascinación de toda niña por el día de su boda es algo que nunca pasa de moda. A pesar de los años, muchas de las tradiciones y las supersticiones se siguen aplicando. Una de las cabalas más comunes, por ejemplo, es aquella que afirma que el novio no puede ver a la novia antes de la ceremonia. Si él la llegara a verla, tendrían un matrimonio tormentoso.
Mi mamá no opina lo mismo. Ella cree que las fotos se tienen que tomar antes de la ceremonia, de ese modo no tendrían que hacer esperar a los invitados en la recepción. Además, los novios tendrían más tiempo para disfrutar de su fiesta que, por supuesto, cuesta. Sucede que en estos tiempos, los padres ya no son quienes normalmente te pagan la boda, sino la pareja misma. “Acuérdate que la dote que antiguamente lo daba el padre de la novia a la pareja, como garantía, es una de las tradiciones que lamentablemente ya no se práctica”. Mi madre siempre pensando en todo.
El siguiente sábado, me estaba alistando para salir. Mis amigos me habían invitado a una fiesta prometedora. Sin embargo, mi mamá entró a mi cuarto y me invitó a ver a las novias de la Plaza de Armas. Siendo ella tan detallista, supuse que el espectáculo sería más divertido que la fiesta con mis amigos.
Llegamos a la Plaza y nos sentamos en la zona «VIP», es decir en las gradas de la catedral. Vimos a una novia cruzando la pista, estaba acompañada de una amiga que la ayudaba con el ramo y el vestido. “Mira” me dijo, pude ver que el novio se había escondido detrás de un puesto de dulces a contestar su celular. “Ese matrimonio no va por buen camino”. La verdad, yo también lo pensé: total quien ayudaba a la novia era su amiga y no su novio. “Por algo se ha escondido para contestar ese celular”. De paso, ella me contó que, antiguamente, una novia tenía que vigilar en el momento de la boda que la corbata de su novio este correctamente puesta, ya que si la llevaba torcida significaba que le sería infiel. ¡Qué cosas!
Los regalos también tienen sus problemas. Uno como invitado, tiene que elegir algo de la lista de obsequios que te anexan a la invitación. Tienes que elegirlo rápido, ya que si demoras solo te quedaran lo regalos muy caros. Antes no existían la lista de obsequios. Entonces había que ser muy cuidadoso con el regalo. Por ejemplo, estaba prohibido regalar perlas a una novia, porque representaban llanto en el matrimonio. De paso, exhibir perlas el día de la boda era señal de mala suerte pues las perlas se parecían a las lágrimas: la gente creía que la novia lloraría durante todo su matrimonio.
Mi mamá empezó a hablarme de los cortes de los diferentes vestidos, los maquillajes, los peinados. “No hay que olvidar: algo azul, algo nuevo, algo viejo y algo prestado” me dijo con una adorable sonrisa. Antes, en mi rebeldía, no quería creer en el matrimonio, el rollo de siempre: que las bodas son muy cursis, que son sólo un espectáculo, que no se necesita de la aprobación de nadie para estar al lado de quien se ama… No obstante, la verdad es que, a pesar de que los tiempos cambian, muchas tradiciones se han mantenido incluso en generaciones como la mía, tan dadas a menospreciar el pasado. Los ritos de celebración de una boda son, creo, una tradición que sobrevivirá por mucho tiempo todavía.
A veces reniego con mi mamá, y otras, la veo con ternura. Ella y sus ideas para mi boda. Debo admitir que según van pasando los años, acepto que en el fondo, algún día, yo también deseo una boda de esas con las que toda chica sueña.
.