Con cierto retraso en mis lecturas – por culpa de las ocupaciones cotidianas, que a veces ocupan bastante tiempo – comparto con ustedes una nota acerca de la novela “Dejarás la tierra” de Renato Cisneros. Entiendo que, a estas alturas, la novela ya se puede considerar un éxito no solo en ventas (que es importante, pero no determinante en cuanto a calidad), sino en la consideración positiva de quienes ya la han leído, por ejemplo este escribidor.
“Dejarás la tierra” tiene como referencia elementos de la novela anterior del mismo autor, “La distancia que nos separa”. En aquella novela, la historia tiene como eje la relación entre un hijo y un padre militar con gran preminencia en la vida política y militar peruana. El develamiento del lado más humano de los personajes principales y, por lo tanto, el más conflictivo, era el eje sobre el cual giraba la historia. Sin embargo hubo un elemento extraliterario que reforzó el interés por ella: que el personaje central era casi real, tanto que los libros de historia peruana aún anotaban el nombre y apellidos del general Cisneros Vizquerra como un participante significativo en el complicado derrotero de nuestra reciente y compleja historia. Ello generó la curiosidad del lector.
Ahora bien, como ya escribí en una nota anterior sobre la misma, si la calidad de la novela no hubiera estado a la altura de las expectativas, de nada hubiera servido dicho recurso extraliterario, es decir, la apelación a un hecho histórico, y la obra hubiera pasado pronto al olvido. Afortunadamente, la pericia y talento del narrador marcaron una estupenda novela. En este punto, es importante remarcar que los hechos literarios deben ser valorados por su propio valor literario; es decir, por el buen manejo de los recursos narrativos, aquellos que plantean una realidad ficcional convincente y válida en sí misma. Todo lo demás contribuye, pero el valor de una obra descansa en sí misma.
En “Dejarás la tierra”, la misma voz narrativa plantea un reto esta vez mucho mayor. La búsqueda ya no solo de su identidad y la de su entorno familiar contemporáneo, sino, ahora, la de toda la dinastía Cisneros. Desde el arranque de la novela (también hay mención de ello en la novela anterior) se señala el orgullo familiar por el abolengo e importancia del apellido a lo largo de la historia peruana. Sin embargo, hay en el narrador una premonitoria sensación de que no todo es como se ha querido mostrar, que hay hechos y secretos que podrían ensombrecer la luminosa dinastía a la que él mismo narrador pertenece.
Un presentimiento que se vuelve casi una obsesión y que lleva al narrador y al lector por una serie de viajes y pesquisas para encontrar las raíces verdaderas que formaron el árbol genealógico de la orgullosa familia. Un viaje no solo en el espacio geográfico, sino en el tiempo, hasta introducirnos en ciertos momentos de nuestra emancipación e independencia en donde, por lo visto, habría comenzado la tradición familiar. Un viaje temporal que pasa a vuelo raso por muchos momentos posteriores de nuestra historia para seguirle el rastro al apellido y sus avatares. Pero no solo es un viaje exterior, sino – creo yo – un estremecedor viaje hacia el interior de la estirpe, en cada generación, para mostrar las vicisitudes, bajezas y también heroicidad de sus antepasados. Un viaje que comienza con una escena formidable: el hallazgo de la tumba de Nicolasa, tatarabuela y fundadora de la estirpe, muy cerca de Gregorio Cartagena, al parecer su pareja, su gran amor, el padre de sus hijos. Solo hay un hecho que ensombrece el cuadro: Cartagena había sido en vida un sacerdote en ejercicio. La búsqueda de la verdad – por más dolorosa que fuera – comienza entonces.
Hay un valor trascendental en la novela. Que no es solo el desenmascaramiento de los secretos de una familia en particular. Creo que, en gran medida, es una galería de cuadros que pone en evidencia características bastante comunes en la sociedad peruana, si acaso no en toda Latinoamérica y quizás un radio mayor. Entre ellas, la necesidad de sostener la identidad en las raíces de un pasado que los separe, que los distinga de los demás, de los comunes. No importa si esas raíces son más el producto de una ficción que de una oscura realidad. Entonces, una vez más, la invención, la fantasía. Es decir, una vez más, de alguna manera la ficción literaria, resulta no solo más convincente, sino hasta conveniente para la vida.
Ahora bien, para cerrar la nota, debo agregar– según mi particular opinión – que la presente novela es, términos literarios, un trabajo de mayor envergadura, con un tratamiento de la estructura narrativa muy acertado, esto a pesar de la cantidad de escenas, cuadros y momentos que deben alternar en todo el libro y que discurren cómodamente. Además de los muchos aciertos para concatenar hechos históricos con momentos ficcionales. Salvo pocos, muy pocos casos, en este punto también todo fluye convincentemente. El discurso narrativo – le llamo así al tono que resulta del estilo como se cuenta la historia – tiene sus momentos grandilocuencia, en el mejor sentido, pues esas pinceladas alegóricas engranan en una novela que abarca una nación y una historia en donde lo real maravilloso es aún una marca latinoamericana.
Si acaso no lo la han leído, los invito a leer esta interesante e importante novela.