Luis Miranda en un observador de personajes invisibles de la ciudad, personajes que se mimetizan con el paisaje sórdido de algunas de las calles de esta urbe ceniza llena de combis y estrés. La crónica es uno de los géneros narrativos que más crecimiento ha tenido en los últimos años en los jóvenes peruanos. Para muestra están los excelentes cronistas de Etiqueta Negra: Chang, Wiener, Ángulo, etc. Así como ellos, Luis Miranda es un fascinado de los personajes límite, aquellos que no pensamos o que no imaginamos que existen. Acaso este sea una de sus principales virtudes. La otra, y más importante y obvia, es reconocer que ese individuo carga con él una serie de historias, manías, costumbres, que antes de sorpredernos por ser insólitas, debemos concluir que también son posibilidades de este género humano. La entrevista aparecida en Perú.21 la realizó
José Gabriel Chueca.
Un doctor que receta orina, una virgen llevada en procesión por travestis, el patriotismo de los peruanos en Estados Unidos y una serie de temas sorprendentes ofrece el periodista Luis Miranda en El pintor de Lavoes, reunión de crónicas breves e irónicas que muestran el otro lado de la vida. «Mi mamá tenía una concesión, vendía cervezas en un club, y yo estaba en el fondo de ese cuarto leyendo. Ahí me comenzó la fiebre de la lectura. Me compraba libros como otros se compran CD. Tenía 16, 17 años y escribía», cuenta.
¿Cuál fue su primer trabajo?
Recoger bolas en una cancha de tenis. Después me gustó el tenis y hasta ahora juego. Otro trabajo que tuve fue repartir volantes de Sears.
¿Y el periodismo?
Entré a estudiar a la Universidad Garcilaso de la Vega y llevé un taller con Hernán Velarde, director del suplemento dominical de Expreso, Estampa. Un día, pidió que todos escribieran un texto sobre la drogadicción, para ver quién podría colaborar con él. Nos escogió a dos y, al poco tiempo, ya estaba yo en planilla. Velarde amaba la crónica, se hacía llamar ‘El Cronicante’. En su libro de crónicas, El pintor de Lavoes, retrata personajes muy inusuales, algunos marginales.Caminando se encuentran las cosas. Se trata de personajes que no están al alcance. Hay que ir a buscarlos, quizá, en zonas marginales. Escribo sobre personas extraordinarias que quizá, simplemente, no tuvieron oportunidades.
¿Qué le atrae de lo marginal?
Creo que yo también tengo algo de eso. Siempre me ha atraído. Por las lecturas que tengo y por la mirada que puedo tener, encajo más con esos personajes. Creo que me dan un nivel de adrenalina en la lectura que otros no tienen. Lu.Cu.Ma, Misterio o la procesión de travestis de la Virgen de la Floral me parece que ofrecen muchos más ángulos que un académico que ha ganado un premio.
¿Para escribir estos textos pasó mucho tiempo con las personas?
Pasé dos semanas para escribir de la Virgen de la Floral, que es la Virgen de la Puerta, en la versión de un grupo de travestis de La Victoria, concretamente de la Mami Rosa, que era un travesti anciano que tenía una cantina. Él comenzó a sacar una procesión, por emular a la Virgen de la Puerta de Otuzco, en la Floral con cuatro o cinco travestis que daban la vuelta a la cuadra y listo. Él fue acuchillado, pero la procesión siguió. Y ahora ha crecido bastante. Tanto que ya no son solo travestis. Pero la Virgen solo se detiene en las peluquerías.
¿No le dio miedo?
Yo, en esa época, vivía en Breña, en una zona que podía ser medio turbia para otras personas, y meterme… podía darme miedo, es cierto, sobre todo la Floral, que estaba llena de callejones y de viejos aspirando terokal… era bien sórdido. Con Lu.Cu.Ma, este pintor, también tuve miedo. Es paranoico y pensaba que el cuchillo que siempre lleva con él podía terminar clavado en mí en cualquier momento. Me contó cómo mató a su hermano, lo descuartizó y lo frió en aceite, cuando era chibolo, porque el hermano le paraba pegando.
¿Se ha encontrado con lectores?
El malo del catch es la historia de un catchascanista. Estuve con él todo un día, escuchándolo. Él estaba feliz, porque nadie le preguntaba. Era un mueble viejo más de la historia. Y al poco tiempo murió. Pero luego me encontré con su hijo. Le enseñé la nota y le gustó. Me la pidió para toda la familia.
¿Se involucra emocionalmente?
Cuando uno escribe una historia que no va a ser una nota de prensa y quiere darle un toque especial, no puede ir como un doctor y decir “saque la lengua” y, después, irse. Me decía que estuvo en Estados Unidos.
¿Por qué regresó?
Fui porque quería conocer. Y regresé por una nostalgia horrible. Además, Estados Unidos puede ser impactante en los primeros pasos, pero luego viene el olor a grasa de las calles detrás de las luces y la manera en que miran a los latinos y cómo sus barrios pueden estar peor que La Victoria. A raíz de eso escribí Con pe de Paterson, una nota muy irónica sobre el patriotismo de los peruanos allá. Algunos me han insultado. Pero la mayoría entendió el sentido. Pero la crónica más comentada ha sido la de Misterio (el líder la barra de la ‘U’ que se suicidó).
¿Ser periodista es un buen trabajo?
Sí. A pesar de que en algunos medios no paguen bien, los periodistas tienen una condición privilegiada respecto a otros… que tampoco ganan bien. Me gustaría que me leyeran como si leyeran un cómic: que se entretengan y les quede un sabor de la calle, de lo peruano, como si oyeran música de Chacalón.