Los amigos más añejos ya han escuchado la vieja historia de cómo perdí una novela ya terminada. La perdí en una epoca en la que aún no se instalaban, en su plenitud, los procesadores de texto. Ahora bien, si a eso le sumamos que unos días antes de dicha desgracia, había limpiado el escritorio de tanto papel y de tantas fichas de trabajo, entonces comprenderán que cuando la perdí, la perdí bien, por completo.
Eran tiempos en los que algunos todavía escribíamos en maquinita de escribir y auxiliados por un borrador llamado rádex , que era como una pegatina pequeña apelmazada con un polvo blanco que se colocaba sobre la letra equivocada, se volvía teclear la letra y quedaba borrada, blanqueada para ser más exactos.
Con esa historia de trauma literario he ido alargando, hasta ahora, la publicación de una novela, y me dedique, medianamente, a escribir cuentos. La verdad es que del trauma ya queda muy poco, y lo que tengo es la certeza de lo difícil que es escribir una novela. Una novela que no sea un borbotón de ideas personales y momentos catárticos, sino una novela que arme una historia que se enmarque en su propio universo.
Bueno, ciertamente, este es un asunto personal con el que cada quien tiene que lidiar a solas. Este post iba, más bien, a mencionar una buena nota escrita por Jorge Eduardo Benavides en su
blog – taller de escritura literaria para Boomerang. Con el título:
Estrategias para escribir una novela, Benavides señala algunas ideas inciales para enfrentar la escritura de una novela. Es de esperar que seguirá desarrollando este tema a lo largo de sus clases virtuales, clases que recomiendo seguir si acaso están pensando acometer tal empresa literaria.
Una novela es un descubrimiento, un hallazgo, el lento y paciente asedio de una historia o más bien de una red de historias que siguen el cauce mayor propuesto por una de ellas. El escritor, el novelista, sabe que de tanto darle vueltas al germen de la historia, de que ésta poco a poco reclame tiempo e interés, todo empieza a articularse y generar la cualidad esencial de cualquier ficción narrativa: su coherencia interna, sin la cual no hay persuasión. Por ello, los novelistas suelen disponer una estrategia que permite alcanzar el desarrollo de la historia y que esta tenga sentido, sustancia, interés.
A diferencia de un cuento, la novela no es un estallido, no es una repentina explosión de ideas que se articulan simplemente porque hemos pensando mucho en ellas: como muchos de ustedes saben por experiencia, el cuento es como un resorte que se impulsa desde el primer instante, desde sus primeras líneas, una vez que tenemos casi como la revelación, por fin, acerca de cómo debe contarse. Por eso el cuento es intenso, unidireccional, monotemático. La novela – ese largo asedio narrativo – requiere de un plano, de una dosificación de las historias, de una revisión constante de lo contado para anticiparnos a lo que queremos seguir contando: aproximadamente en cuántas páginas, en cuántos capítulos, con cuántas voces… Por eso muchas veces hay que descartar posibles vetas ficcionables, pues no corresponden a ese plano que hemos diseñado previamente. Pero no hay que tomar todo esto al pie de la letra: nada en la construcción de la novela es rígido y uno debe ceder de vez en cuando a la repentina inspiración que nos sugiere un cambio de rumbo y una modificación de la estrategia.
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