RESEÑA
Helbert López Calderón (Arequipa, Perú). Licenciado en Literatura y Lingüística, en Ciencias de la Comunicación y en Música. También tiene una Maestría en Artes. Publicó los libros de cuentos «El Tiempo de la Luna» (1993) y «Tonos azules y algunas gotas de gris» (1998), por el que recibió el Premio a la Calidad del Arte y la Cultura en 1998. También ha publicado el poemario «Violencia y Otras Huestes», en 1989.
Ha trabajado como periodista en radio, prensa y televisión. Fue uno de los fundadores del periódico «Arequipa al Día» y ha sido Director del Complejo Cultural «Claustro Menor» de la Universidad Nacional de San Agustín. Actualmente trabaja como músico y gestor cultural. Tiene una novela inédita que espera su pronta publicación.
CUENTO
El mundo puede estallar a las cinco menos cuarto
Sí, el mundo puede estallar a las cinco menos cuarto de la madrugada… ¡Francisca…!, levántate, niñacha!, ¡yay queyir! Siento su voz acre limándome el sueño dentro de la cama, me estiro y ahí está otra vez, pidiéndome que me levante, pero es que aquí se está tan calientito que, no sé, dan unas ganas… y entonces pienso en él, ¿me llevará la sorpresota que me prometió para hoy al puesto de emolientes?, ¿estará pensando en mí?
No, no estoy pensando en ella, lo que me preocupa es ese problema con el Seco, el maldito me quiere dar vuelta por aquello con su mujer y, mientras más me da miedo, mientras más pienso en la conveniencia de salir a la calle o no, ese tarado de mi viejo que sigue haciendo aquel ruido infernal en el taller. El ruido es porque estoy haciendo una cruz grande, pesada, fuerte, me la pidieron para colocarla en la cima del cerro La Aparecida durante las fiestas del cuatro de mayo, pero no me va bien, todo está difícil, incluso, desde que fui a conseguir la madera, no sólo vi los comejenes en la barraca, sino también a los esquejes mirándome con el desafío del león, y me arrugué, lo juro, no pude mirar más y terminé señalando con desdén hacia un triste ispingo destinado a catre de pobre, herido además por los desportillados negruzcos de la queresa que adquirió de joven, y me dije: está bien, esta madera humilde querrá el Señor, pero en las entrañas me quemó una lanza emponzoñada que, cuando la cargaba, me agujereó el alma mientras la amarraba a los tiros metálicos del techo de la camioneta a la vez que yo mismo me decía, carajo, esta madera no me va a servir, pero igual la cargué y la traje para golpearla y manosearla toda la noche por esta bendita idea de la cruz. Sin embargo, me gusta ese ruido que hace el viejo, sólo que ya no me funciona aquel tac, tac, toc, toc y chirr, chirr de su sierra eléctrica para agradarme, y si me quejo, es porque no sólo es viejo, sino también porque jode: que me busque un trabajo, que trabaje siempre, que nunca deje de trabajar, ¡por favor!, ¡a mí con ese sermón!, el Seco me viene a buscar para matarme y yo ¿debo marcar una tarjeta de control en la vida sólo para que el Seco no me seque?, ¡Ja, ja!, ¡Jamás, señores!; y creo que yo soy su bálsamo porque le preparo unas yerbitas en mi puesto de emolientes que lo ponen muy alegre y sano, porque creo que todo lo que él me dice es bueno, ay, pero si supieran lo que me susurra al oído desde que me solté el pelo, debo parecerme a alguien de la tele porque, de pronto, muchos vinieron a comprar más y más emolientes y él que se esmeraba contándome chistes y me hacía reír y me dijo que hoy en la madrugada me daba una sorpresota, ¡a mí…!, y me hizo sentir tan feliz que le lancé una sonrisa, con esa sonrisa tan bonita que tiene ella, porque ahora sí estoy pensando en ella, porque hace una semana se soltó el pelo y yo me di cuenta al toque y me dije, ajá, por esta niña me podrían pagar muy bien en el burdel del Seco y la Pocha, así, a lo mejor me salvo de la crucifixión; y si no fuera porque esta madera está podrida por todos lados, yo hubiese hecho una cruz bonita en ese cerro y no estaría ahora pensando en qué puedo hacer, a esta hora en que parecen ser menos de la cinco de la madrugada y creo que ya todo está perdido; pero si me quedo no voy a poder ir hasta donde la Francisca y decirle, oye, la sorpresa es que me voy de viaje, lejos, muy lejos, y entonces ella pondrá su carita de asombrada o de triste y yo le diré: pero si quieres te vienes conmigo, y sí, yo me iría con él si me lo pidiera, porque se ve de lejos que es un chico decente, y luego me la llevaría a Pucallpa, para ablandarla en La Tronera, y en menos de cuatro meses la traigo de vuelta recontra matreraza y derechito para donde el Seco y la Pocha, y yo a cobrar, porque no estoy cobrando por esto de la cruz, porque yo les dije que gratis, sí, como un sacrificio para el Señor, a cambio de que me lo enderece al Ignacio, que anda en malas juntas y me roba el poco dinero que gano, y qué rico si hoy me
viene a buscar al puesto con su olorcito de cielo, y yo, con mi perfume de agua florida para que se acerque, para que me hable, para que se siga fijando en mí, para qué mierda salí si sabía que allí me iban a esperar, ahora ya no puedo
volver atrás, saco la navaja, me pongo la manopla, me suelto el pelo, me pongo algo de ese rush baratito que me compró mi abuela diciéndome: pa’que te pintes, Francisca, que así vamos a vender más, y tac, tac, tac, chirr, chirr, y qué raro que no viene porque ya son las ocho de la mañana y pensé que iba a venir tempranito porque me lo había prometido, porque me dijo que me iba a dar una sorpresota, y la sorpresota la recibí yo, a las seis de la mañana, cuando tocaron la puerta de mi taller y vi que eran de la comisaría, y el más joven, al verme, se quitó el quepí, y yo pensando en él, en por qué no viene, si se habrá quedado dormido, si se habrá burlado de mí, y no hay nada en la vida que tenga un sabor más amargo que el de invitarle un café amargo a quien te trae una mala noticia, sí pues, al parecer, a su hijo lo acuchillaron a las cinco menos cuarto, según un chofer de colectivo que pasaba por ahí y vio una pelea en el canchón, pero no se quiso meter, así que nos avisó, pero cuando llegamos, para cuando llegué al lugar, y te vi, ahí me di cuenta del porqué mi cruz me estaba resultando así de difícil, porque será difícil olvidarte pues siempre te recordaré, como un ángel eterno caído en mi puestito de emolientes, y porque yo, carpintero, quise hacer una cruz, la mismita cruz con la que esperaba me perdonara el Señor por haber abusado de su madre de joven, y por haberle dicho después que «mejor piérdelo», y porque ahora ya no estoy, ya no está, en esta hora cuando me doy cuenta que el mundo ha estallado a las cinco menos cuarto…