Hay historias que logran sacarte de realidad y otras, en cambio, te regresan hacia ella casi con la contundencia de un choque frontal. La eternidad en sus ojos, de Eduardo Adrianzén, en un montaje dirigido por Luis Carrillo, que acaba de culminar su temporada en la Asociación de Artistas Aficionados, tuvo ese efecto de encontronazo en mí y, probablemente, en todos los que vivieron las difíciles épocas de los ochenta y noventa, y que asistieron a alguna de las presentaciones de esta evocadora obra.
En primera instancia, La eternidad en sus ojos es la historia de Nina quien, ya en la ancianidad, recibe la visita de un joven, Claudio, que resulta ser hijo de un amante que ella tuvo cuando rondaba los cuarenta años y Alejandro, el amante, los veinte. Claudio la ha buscado un poco para conocer a la mujer que tuvo tanto significado en la vida de su padre y otro poco para hallar consuelo para su pena. Es a partir de ese presente, desde donde se inicia el recuento de aquella relación secreta que tiene como contexto los años de la violencia terrorista y el deterioro económico y moral que corroyó al Perú de aquella época.
Con cuadros paralelos que evocan escenas de ese romance a manera de flashback, se va conociendo las peculiaridades de esa relación: los rasgos de su personalidad, sus temores, sus anhelos y sus contradicciones. Todo siempre en el mismo escenario. Los cambios de cuadros se dan solo con un juego de luces y sombras. La historia está escrita de esa manera: la mayoría de los hechos se da en una habitación de hotel. Hay nota adicional, anecdótica: la gran Sonia Seminario actúa como la Nina anciana, y su hija, Ximena Arroyo, actúa como la Nina de cuarenta.
Aun cuando sentí que faltaba pulir un tanto el diseño del personaje Claudio, luego, conforme la historia iba adentrándose en la trama y la atmósfera sofocante de aquellos años iba adueñándose del escenario, el valor de la obra en general quedó por encima de algún detalle secundario.
Aun cuando ya hay voces afirmando que el tema de la violencia y deterioro de aquellos años ya comienza a perder intensidad por un excesivo manoseo; en este caso, pienso que la obra Adrianzén, está por encima de esa acusación. Es una buena pieza dramática. Tal vez hubo un leve exceso en la pretensión de narrar la historia en varios niveles, lo que quizás hizo difícil, al final, cerrar tantos frentes y por eso se tuvo que recurrir al discurso en la parte final. Sin embargo, como dije, la obra de Adrianzén y el acertado manejo del montaje, sumado a las aceptables actuaciones de los artistas, dejó en mí una fuerte sensación de haber visto una buena obra, pieza de teatro que evocó momentos cuya intensidad aún marcan mi vida, como una herida que cerró mal y que todavía duele.