CADA DIA UNA CALLE MÁS HA SIDO CERRADA
Siete de la mañana en Lima. Inevitable la melancolía. Todo luce tan neblinoso y triste. Lima la ciudad gris. Pero hay que hacer optimismo con lo que queda porque, de lo contrario, el día se va a poner denso y las horas van a transcurrir pesadamente, como si se caminara por un terreno fangoso. La ganas se hacen, decía mi madre, y siempre uso esa frase como estímulo cuando me toca, por ejemplo, salir temprano para el trabajo y atravesar la ciudad de punta a punta antes de que sea las ocho. Hay un relojito con un marcador de tarjetas que debe morder el cartón con tu nombre antes de esa hora.
Mejor dicho, desde el arranque, desde que cierras las puerta de tu casa y te encuentras con la humedad que corroe las calles y oxida las rejas de las casas y aguijonea los huesos de los transeuntes, desde allí ya está la espada de Damocles pendulando sobre la cabeza y amenazando con una tardanza. Sin embargo, a pesar de todo, siempre he creído que sí es posible tener ilusiones para ser feliz en la tres veces coronada ciudad. Digo, después de todo, con un poco de imaginación y otro de fantasía (decía la Polastry) se puede diseñar una agenda del día y de la semana que matice la rutina del trabajo con la ilusión de un obtener, por ejemplo, un punto más de eficiencia en tu productividad laboral, o tal vez, la ilusión de terminar a tiempo para llegar al gimnasio y sudar con estilo, o quizás, para hacer una cita con la persona querida, y, mejor aún, optimizar los días para llevar ese curso que nos ha estado dando vueltas en la cabeza. Por favor, que no se diga que los peruanos no hemos procurado hallar la manera de vencer la humedad de Lima, esa humedad que todo lo herrumbra, como decía un amigo que ahora se queja del calor y la sequedad de Madrid.
No obstante, a veces pareciera que los dioses del lado oscuro de la fuerza se confabularan para hacer añicos nuestro terco optimismo y mandarnos por un tubo directo al desague. Eso me viene sucediendo por estos días en los que la incertidumbre de no saber qué calle nueva habrá sido cerrada y por cual otra calle se habrá habilitado un sendero estrecho para que pasen los autos de uno en uno, casi en puntitas, nos trae a todos de muy mal humor. En mi caso, debo atravesar la ciudad desde Magdalena hasta Los Olivos un par de veces por semana. Pero los puntos de referencia dan lo mismo. Usted puede mencionar la ruta que le toca y, salvo gloriosas excepciones, será el mismo matirio. En mi caso, luego del destrozo de la Universitaria, luego de la decepción de la Panamericana Norte cuyos autos van cayendo en un embudo aterrador en Fiori, anduve sobreviviendo por Faucett, pero ya no: ahora también la atacaron, la descascararon, y han aparecido esas cintas de plastico con agujeritos y eso palitos mal pintados que te van llevando hacia otro más de los tantos congestionamientos limeños.
La ruta no importa. Estamos siendo sutil, pero definitivamente aislados.