LAS DESVENTURAS DE UNA CORRECTORA
He publicado algunos libros, no todos los que quisiera ni de los mejores asuntos que hubiera querido. En fin, esa es otra queja que no viene a cuento por aquí. A lo que iba era a recordar que, de tanto en tanto, debía pasar por las oficinas de la editorial para revisar los trabajos previos antes de la impresión y discutir con el corrector sobre algunos asuntos del libro. Es decir, asuntos de construcción sintáctica, de vocablos y hasta de estilo. Nunca he tenido los encontronazos de los que otros se quejan; pero confieso que a ratos la cosa se ponía difícil, por decir los menos. A propósito de ello, y dado que también me ha tocado ejercer, a veces, de corrector de libros transcribo un articulo de Maritornes, una correctora española, quien desgrana en su bitácora las desventuras de su profesión con quejas que comparte en gran medida con sus colegas tanto del viejo continente como de este lado.
Por Maritormes, blog Corte y Corrección
Hoy mi «jefe» (entre comillas, porque a efectos prácticos no soy empleada de nadie, vil ilusión que alimenta mis días y mis noches, la verdad) me ha dicho que no hay correctores. En realidad, venía a decir que cuesta mucho encontrar correctores profesionales con experiencia; que hay mucho joven que se lanza a la aventura de hacer cursos de corrección, pero que el profesional vocacional con diez años de experiencia escasea. Y es la pescadilla y su cola de siempre. Si a esos jóvenes de los cursitos no se les da una primera oportunidad, ¿cómo demonios van a acumular experiencia? Sólo yo sé (y se lo decía hoy) lo que cuesta entrar en esta sacrosanta secta. Yo he sido la joven del cursito, eso sí, filóloga vocacional, sin experiencia ninguna. Yo lloraba por las noches. Yo ganaba 720 euros al mes por atender las reclamaciones de los usuarios de Iberia. Nunca esperéis nada de una empresa que paga ese sueldo a sus empleados. Nunca esperéis que me importe una mierda la pérdida de vuestra maleta, aunque dentro de ella estuvieran las cenizas de vuestra madre. Por 720 euros me meo sobre las cenizas de quien sea. Cuando os pierdan la maleta y os indignéis por el trato al que os someten, pensad sólo en lo que cobra el que os atiende. Y muchas más cosas, que ahora no vienen al caso.
Pero yo he llorado por las noches. No porque ganara 720 euros, sino porque quería ser correctora. Así que mi vocación existe, está ahí. Y mi sueño no es sacarme una plaza de funcionaria (otra de las quejas de mi jefe, según el cual, al cabo de unos pocos años de profesión, todos desertamos hacia puestos en la Universidad o en lo que se tercie). Y yo me pregunto: ¿a alguien le extraña? ¿A alguien le extraña que el corrector esté harto de que no se contemple su figura profesional en la nómina de las empresas? Nadie nos contrata. Yo ahora sé que tengo trabajo bien remunerado hasta septiembre, pagándome yo misma la seguridad social, claro. ¿Qué haré en octubre? Pues que me conteste mi jefe, no te jode.
Contrátennos en nómina y páguennos dignamente. Nadie desertará. No sean hipócritas, coño. La vocación no existe; es un concepto burgués. Si me pagaran diez veces más por barrer la oficina en la que trabajo, preferiría ser limpiadora. Valórenme. Yo a mi jefe lo aprecio mucho. Me conoció hace cuatro años. Yo era una becaria que llegó a su puerta dispuesta a trabajar gratis, y ha sabido adaptarse a mi evolución. Siempre me ha tenido en cuenta. Ha cumplido mis expectativas. Cuando acabé mis estudios me llamó, y ahora trabajo para él. Le estoy muy agradecida. Pero su queja me parece irreal, hipócrita, ilusoria. Si en septiembre te desentiendes de mí, no esperes que esté disponible de nuevo al cabo de cuatro meses. A lo mejor me he casado, me he hipotecado, me he quedado preñada y me he vendido a la nómina de una universidad o de una fábrica de zapatos. Porque eso de no cobrar durante dos o tres meses los seres humanos no lo llevamos bien. Nunca habrá correctores profesionales. Siempre será una «segunda» profesión, mientras vosotros, autores y editores, lo consideréis una segunda profesión. ¿De qué os quejáis? La gente se pliega a vuestros deseos. Pero yo pude entrar en la Universidad antes de ser correctora, y pude ascender en Iberia, y pude hacer muchas cosas. Sin embargo, soy correctora vocacional. No estoy aquí circunstancialmente. No tengo planes asalariados; me aburren. Sueño con invadir las editoriales de correctores. No quiero montar mi empresita cutre de servicios editoriales, ésas que tanto proliferan y de las que se sirven todas las grandes editoriales. Yo no quiero ser la subcontrata de nadie. No quiero ser funcionaria, ni profesora, ni «ayudante editorial» (eufemismo de gilipollas que corrige y hace cien mil cosas más por mil euros al mes). Como mucho, un día, ese día, seré editora y publicaré mis propios libros. Pero seré fiel al gremio por el que he apostado tanto. Yo aspiro a acumular toda la experiencia posible. Me quiero quedar aquí. ¿Quién tiene huevos de ofrecerme las condiciones para quedarme? Nadie. Ésa es la cruda realidad. Así que callaos la boca. Y dad gracias a Dios porque vuestros libros salgan al mercado sin erratas. Es un milagro.