“Lejanas visiones” (Ediciones Altazor – 2019), reciente libro de cuentos de la narradora, poetisa y promotora cultural Otilia Navarrete ha sido mi más reciente lectura luego de la batahola de las Fiestas Patrias que incluyó la Feria Internacional del Libro, de la cual me queda una pequeña torre de libros de los que daré cuenta poco a poco; además del Festival de Cine de Lima, del que apenas pude ver una mínima parte. Ya habrá de tiempo de reencontrarme con alguna de las peliculas. Por mientras, hablemos del libro de Otilia Navarrete.
Son nueve los cuentos que forman el libro, dos de ellos bastante extensos (uno más que el otro), mientras que los demás son, más bien, cortos, aunque sin perder la prestancia que brinda en conjunto. Es un libro breve de ciento cuarenta y dos hojas, presentados en una edición bastante cuidada.
Otilia Navarrete es, fundamentalmente, una poetisa con una larga y reconocida producción en verso, pero que también ha trajinado por la novela, y, ahora, por el cuento. Con poemarios como Oscuro cause del agua (1993), El ojo de la lluvia (1996) y la interesante novela Retrato de mujer en blanco y negro (2004), aparte de otras intervenciones colectivas en antologías y revistas, la escritora se ha ganado un merecido respeto en la literatura peruana contemporánea.
En “Lejana visiones” me he reencontrado (después de mucho tiempo) con esa peculiar mezcla entre el designio poético y el proceso narrativo que, cuando encuentran el correcto balance, pueden lograrse relatos originales y espléndidos. No digo que no haya en el medio literario peruano otros trabajos con las mismas pretensiones, pero – de los pocos a los que he tenido acceso – este libro me ha dejado una muy buena impresión.
Desde mi mediano conocimiento, el lenguaje poético es un código mucho más versátil para lo simbólico y, por lo tanto, una obra literaria construida con este lenguaje debe ser leída con cierta previsión porque sus propósitos significados no van a corresponder con una lectura convencional, y su interpretación siempre rozará lo subjetivo, lo sensorial y lo emotivo. El deleite (por llamarlo de una manera) que produce la lectura poética no siempre se puede explicar; es más bien, una experiencia sensitiva y, a veces, intransferible.
Ahora bien, se supone que para los propósitos narrativos, por lo general, se prefiere no solo un lenguaje en prosa, sino, además, un lenguaje un tanto más denotativo que contribuya con la claridad de la historia.
Aun cuando esta apreciación es muy genérica y hasta discutible, para los propósitos del cuento y la poseía, el lenguaje sería una herramienta narrativa que ha de adecuarse el objetivo: contar una historia. En cambio, para la poesía, el lenguaje es mucho más, es casi un fin en sí mismo, por lo tanto, tiene licencia para navegar por nuevos mares significativos, tiene plena libertad de arriesgar porque no está sujeta a la demanda del argumento. Reitero, esta es una apreciación elemental, básica, pero que me sirve para enmarcar “Lejanas visiones” dentro de esos libros de narrativa en donde la poesía se hace presente para entremezclar los propósitos literarios.
Desde el primer cuento, “Escenas”, que es casi una pincelada de dos páginas, ya se presiente que el viaje por el libro va a ser una experiencia de símbolos poéticos e historias muy cercanas lo que se entiende en literatura como de género fantástico. Hay dos personajes, un espejo, una insinuación sobre la ocupación artística de ambos, un dolor emocional y una frase casi final que dice: “Ella recoge los últimos trozos del espejo en los que ahora aparece el rostro de él”.
Sin embargo el peso mayor del libro recae, creo yo, en los dos cuentos largos, en donde la narradora tiene más espacio para dar rienda suelta a su propósito narrativo. “En las dos orillas”, dividido en once partes, la realidad como que se divide en dos dimensiones, con un río que hace de puente o nexo entre esas dos realidades y un personaje, Grimaldo, en quien recae la responsabilidad de explicar la razones por las que esas dos dimensiones se interconectan. Y una vez más, como todo fluye en un lenguaje poético, el lector debe estar atento a no perderse precisamente en esos símbolos. Si lo logra, se habrá deleitado con un muy buen cuento. En “La trampa”, menos largo que el anterior, en cierto modo aparecen los temores del propio escritor. Hay un momento cuando la realidad externa, en donde escribe, y la otra realidad que se pergeña en el cuento pierden la frontera que las divide. De pronto ya no se está seguro de qué lado se han de quedar las cosas. Por cierto es interesante que en ambos relatos se perciba la realidad como dividida en dos dimensiones.
Como ya dije, todos los cuentos respiran el mismo tono poético y la misma intención narrativa fantástica. Unos más eficientes que otros, pero en el conjunto, creo que son de muy buena calidad y valió la pena haberlos leído.
Felicitaciones a la autora, y los invito a leer “Lejanas visiones” de Otilia Navarrete.