Alguna vez leí
un artículo de Alonso Cueto en donde reflexionaba sobre la enorme cantidad de libros que se venían publicando en las últimas décadas. Entre 1950 y 2000 – anotó aquella vez el escritor – se habían publicado mil veces más títulos que en los años anteriores. Se editaba un libro cada medio minuto, lo que significaría que si uno leyera un libro por día estaba dejando (aun así) varios miles sin leer.
En el sitio
web Tomashotel, se daba cuenta de un cálculo (un tanto en broma y apresurado) que contabilizaba lecturas desde los 10 años y hasta los 70. Sesenta años de una vida de disciplinada lectura, a un libro por semana, con descanso los fines de semana, daba algo como de 2880 libros.
Por esa época, circunstancialmente, encontré
una nota sobre una mujer de noventa años, Louise Brown, que parecería haber leído 25, 000 mil libros. Ella se había inscrito en la biblioteca Castle Douglas en 1946. Empezó retirando seis publicaciones por semana hasta llegar a 12 cada siete días. El personal del centro expresó estar impresionado por el logro de la señora Brown, en especial porque nunca ha tenido que pagar una multa por retrasos en devoluciones y poco acaba de solicitar su libro número 25.000. Obviamente, la nota tenía un tufo sensacionalista que, como saldo en positivo, reavivó la pregunta sobre la cantidad de libros que se pueden leer.
¿Cuántos libros libros he leído? Ni idea. En el velador de mi dormitorio siempre hay una cola de libros en espera. Ni hablar de los que esperan en mi mesa de trabajo. Lo mismo pasa en el auto en donde también hay libros que están recriminándome por la demora. Con los años, he terminado por aceptar la recomendación de seleccionar las lecturas porque el tiempo es, definitivamente, implacable.
Todo esto viene a cuento por el balance de vida que se suele hacer a fin de año. Qué se hizo. Qué se había pensado hacer. Qué tanto fallaron o funcionaron los planes. Ya saben. Lo típico cuando llega el fin de año y uno se deja capturar por los rituales. Bueno, en algún momento, un querido amigo soltó la pregunta de magazine, ¿qué había leído este año 2009? En mi caso, no puede dar una respuesta rápida. Incluso había un par de libros que no me acordaba haber leído. Tuvo que intervenir la buena memoria de mi amigo. Muy mal. Por lo menos, para el año entrante, me he prometido llevar un control más profesional de mis lecturas para evitar la ingratitud de la memoria. Aunque, claro, también hay libros que he preferido olvidar para no tener que hablar mal de ellos.
Por estos días, le ha pasado la voz a algunos apreciados amigos, y les he pedido que me hagan una lista con libros que hayan leído, por lo menos de los más importantes, según cada quien, por supuesto.
Empiezo yo. Tuve la oportunidad de leer la novela de Jorge Eduardo Benavides, La paz de los vencidos, ganadora del premio BCR. Novela que me regresó de un modo peculiar a aquellos difíciles años de la violencia. Premio bien merecido, debo anotar. Leí la excelente novela de Ivan Thays, Un lugar llamado orejas de perro, finalista del premio Herralde.
También pude leer Adios al Barrio de Antonio Galloso, aunque no pude felicitarlo personalmente porque su estadía en Lima fue corta y mi ingratitud mucha. Desde acá, mis felicitaciones, Antonio. Leí a Rossina Winder Calmet en su primer libro de cuentos No olvides no quitarte los zapatos. Espero tener la pronta oportunidad de encontrarme con otro libro suyo.
Un amigo me salvó de la verguenza y la ignorancia porque puso en mis manos La romana de Alberto Moravia. Gracias. Leí a Gunter Grass, La caja de los deseos. Lo anoto no tanto porque me haya gustado, sino, más bien, porque me causó cierta decepción. Al fin leí a Federico Andahazi, Pecar como dios manda. Tuve la oportunidad de leer, algo tarde por cierto, Dos veces por semana de Giovana Pollarolo. Ojalá pueda conocerla este año para darle las gracias por unas horas de grata lectura. A Jorge Volpi, con su novela No será la tierra. Me encontré con un libro de Norman Mailer, El evangelio según el hijo, que disfruté medianamente. A Saramago en su novela Caín, libro que mi hija sigue releyendo porque le ha encontrado más ironía que yo. Todavía no termino El símbolo perdido de Dan Brown, y, posiblemente, no lo termine.
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