EL PAIS DE TULA
Por Pedro Ortiz Bisso
El día en que Tula Rodríguez dio su ‘mensaje a la nación’ – martes 6 de mayo del año en curso – la Comisión de Fiscalización del Congreso levantó el secreto bancario a 21 personas involucradas en el Caso Banmat, Hernán Fuentes anunció que sometería a referéndum el TLC en Puno, subió el balón de gas y los muertos en Birmania por el ciclón Nargis ya se calculaban en 50.000. Sin embargo, ninguna de estas noticias le hizo sombra a la revelación de que la ahora ex animadora de televisión estaba embarazada del esposo de Gisela Valcárcel. Y como yapa, para darle más gasolina al morbo popular, renunció a su programa en vivo y en directo, dizque para llevar su embarazo sin contratiempos.
Que un episodio farandulero acapare titulares y la habladuría nacional no es patrimonio de estas tierras. Ahí están las Britney, Paris y Lindsay cuyas mataperradas – para ser generosos en el término – suelen apoderarse de las primeras planas en medio mundo. Además, el anuncio de Tula tenía ingredientes suficientemente condimentados para alimentar el chisme y darle a los programas de televisión de esa noche picos de ráting históricos. No había quién no quisiera conocer los detalles de ese triángulo de aristas insospechadas.
Pero más allá de si Tula renunció o la renunciaron -como ha precisado la jefa de Relaciones Públicas de su canal -, si Javier Carmona sabía de su embarazo o si Gisela hizo bien en dar la cara, lo menos feliz de esta situación fue el carnaval de prejuicios que se desencadenó, alimentado hasta por algunos allegados a la propia animadora, que con evidente candor no podían ocultar su felicidad porque su amiga iba a tener un hijo con un gerente.
Comentarios del tipo «la hizo» o «atrapó a un gerente» desnudan una vez más ese costado prejuicioso y cavernario de nuestra sociedad, hecho verbo en el raje maledicente y acomplejado que brota sin tapujos en la casa de esteras, la quinta de losetas o la más lujosa mansión.
El racismo, la discriminación, no tienen una sola ruta, van de arriba hacia abajo, en viceversa y de lado a lado. Es un virus incrustado en la piel, asentado en el inconsciente, que nos sigue costando mucho extirpar.
Extraído de El Comercio