LA HIJA DEL PRESIDENTE
Ta que mi hermano es un huevón. Un so-huevón. No tiene ni doce años y ya se le nota lo baboso. De seguro que va terminar mal, ya parece un fracasado. El estúpido lee historietas todo el día. Mi ma se las para botando a la basura, pero el idiotón consigue más. El tío Felipe ayuda en eso. Otro so-huevón, profesor tenía que ser. Par de idiotas. Por culpa de él es que el tarado no le gusta ir a la oficina de mi papá, a trabajar de verdad.
Una vez, mi pa me pidió que lo llevara en bus al colegio. Llegamos al paradero y como el tráfico estaba pesado el micro llegó embalado. Apenas subí, no pude avanzar más, estaba repleto. Entonces el sonsonazo se quedó parado en la pista. Nunca subió el imbécil. Tuve que gritar « ¡Bajan, bajan!», pero había tanta gente, y como yo también era chiquito —pero pendejo— no me escuchó el chofer y siguió avanzando. Me desesperé y salí por la ventana. Mientras sacaba el billete que mi pa me había dado para el pasaje y se lo aventaba a la calle, el huevonazo movía su mano despidiéndose. Poniendo cara de triste todavía, sonso de mierda. El billete bailó con el viento hasta que cayó y el mongolito fue a recogerlo. A mí me dejaron tres cuadras más allá y tuvimos que volver porque al estúpido, además del susto, le había dado el asma y su salbutamol estaba en casa. Al menos, gracias al infeliz, no fuimos al colegio ese día.Pero lo tarado no lo digo yo. Lo dice mi ma. Yo le oí decir eso anoche mientras hablaba por teléfono con la Mamalicia. Un taradito mijo, decía. Un taradito, un taradito… tremendo so-huevón. Algo tenía que hacer ese huevón en la fiesta. Bien sabía yo que se iba a poner nervioso. Siempre se pone así frente a las niñas, yo lo he visto temblar de miedo. Y eso que ayer fue su primera fiesta solo. Algo tenía que hacer mal, Cuasimodo.
Bien hecho. Sobre todo porque a mí también me jodió mi primera fiesta. Nunca fui, por su culpa. Mi mamá se había ido a Europa y nos había dejado solos con mi papá, que era lo mismo que estar solos porque apenas se fue mi ma, mi pa también se mandó a mudar.
El día de la fiesta, mi papá no llegaba. En la oficina nadie contestaba y el idiota siempre le había tenido pánico a la oscuridad. Era un maricón, nunca podía dormir con la luz apagada. Le daba mucho miedo, hasta ahora le da.
Me vinieron a recoger y le dije que se iba a quedar solo. Se puso a llorar. Le dije que iba a volver a la medianoche, le vino el asma. Intenté justificar mi salida diciéndole que todos teníamos derecho a crecer. Entonces, le tuve que poner algodón con alcohol en la nariz porque comenzó a colapsar. Se moría el marica.
En el auto me estaba esperando mi mancha. Mi primer tono, tenía puesto una camisa hawaiana fosforescente, jeans y zapatillas botines traídas de gringolandia. Una niña rica me esperaba en la fiesta que nunca fui por culpa del mongolito. Pasó media hora y no bajaba, el claxon repetía la llamada: ¡ta-ta-ta ta-ta-ta! Y el infeliz no despertaba con el algodón remojado de alcohol. O a pique se estaba haciendo el moribundo pero no había tiempo para dudar.