Finalmente, después de una larga aventura, conseguí la novela de Hugo Yuen, El laberinto de los endriagos, reciente ganadora del premio Cope de Oro de VI Bienal de Novela 2017.
I
Lo comento con ese alivio y satisfacción porque conseguirla, en este caso, fue toda una odisea que quiero compartir con ustedes antes de invitarlos a leer algunas páginas de la mencionada novela que, con mucha amabilidad, Hugo me ha concedido para publicarlas en la Zona del Escribidor.
Pero vamos por partes. Hace unas semanas, por medio de Jorge Eduardo Benavides, pude conversar con Hugo Yuen, que acababa de recibir el reconocimiento de Cope por su novela. Como es conocido por algunos de ustedes, hay una página de Cuentos Peruanos Contemporáneos en la web en donde se viene publicando los cuentos y las reseñas de los escritores peruanos en actividad. Un proyecto beneficioso que va avanzando de modo lento, pero seguro. Al enterarme de la labor literaria de Hugo y reconocer su ya larga labor literaria, lo invité a participar de la página con un cuento suyo. Con la mayor cordialidad, él aceptó ser parte de la antología y, no solo eso, se ofreció a brindarme también unas páginas de la novela ganadora para subirla a la Zona para compartirla con mis lectores. Hombre muy amable y sereno, Hugo Yuen. Acepté gustoso su ofrecimiento. Primero publiqué el cuento y, por lo que veo en las estadísticas de la página, su cuento tuvo una gran acogida. Cosa que se agradece a los lectores.
Sin embargo, antes de subir el fragmento de su novela, me vi acicateado por una inquietud de lector y de futuro amigo de tan amable persona. Yo no había leído la novela en su totalidad. Siempre he pensado que la mejor forma de conocer un amigo en este campo es leerlo. Solo así – tengo la impresión personal – siento que puedo conocerlo en esa dimensión especial que da la literatura.
II
Y aquí empieza la siguiente parte de esta nota, que bien podría titularse De las andanzas y desconsuelos por los campos de la burocracia para conseguir un libro o algo así. No siempre me van bien lo de la contundencia de los títulos, pero si el mensaje. Porque conseguir el libro El laberinto de lo endriagos fue, precisamente, un viaje por todo un laberinto burocrático.
En primer lugar, el libro solo estaba a la venta en las oficinas de Petroperú (organizadora del concurso) cuya ubicación está nada menos que en la congestionada y algo respingada avenida Canaval y Moreyra, corazón financiero de esta Lima gris. Llegar por esos lares en horas de oficina ya es un lío. Solo una mirada al paradero atestado del Metropolitano de Lima te provoca un lastimero suspiro de habitante de hormiguero. Peor aún si quieres llegar en automóvil, no eso sí que no. Y lo de la bicicleta, pues no me va todavía. Sin embargo, tenía que conseguir el libro. Ya había leído algunas de las páginas que me ha había enviado Hugo y la cosa se ponía interesante.
Bueno, como sea, se me ocurrió que un sábado temprano – dado que entendía que en las oficinas se trabajaba sábado hasta el mediodía – era un buen momento para ir. Cuando llegué a la puerta enrejada – por lo desértico del lugar – ya sospeché lo que el vigilante me iba a decir, luego de revisar varias veces mi DNI, que los sábados la gente de esas oficinas no trabajaba. «No importa», pensé, resignado. Eso puede pasarle a cualquier despistado por no llamar antes. «Bien», le dije al vigilante, «Entonces vengo en semana por la tarde, a la salida del trabajo». El vigilante me miró fríamente. «Pues que sea antes de la cuatro porque después ya no hay atención”. Entonces sufrí mi primer arrebato inútil de cólera. «Pero cómo es esto, ¿cuántas horas se trabaja aquí? ¿Horario de país nórdico?». El vigilante me devolvió el DNI y solo sonrió.
Hugo me había hablado de lo mucho que le había costado escribir su novela, un tanto porque no solo había movilizado las voces narrativas, sino que había trabajado los tiempos de la novela y los tiempos históricos con un esmero que lo habían agotado. Por lo tanto, yo no podía agotarme por un pequeño impase. Así que busque una hora de licencia en el colegio en donde dictaba los viernes para llegar a Petroperú, por la mañana, a prisa, comprar el libro, al vuelo, y regresar en Metropolitano, aplastado, para llegar a tiempo a la siguiente hora del dictado.
Y así lo hice. Y llegué. Luego de que vigilancia revisara, de nuevo varias veces, mi DNI, me mandaron a la Oficina de Atención al Público, aunque yo le insistía que solo quería comprar un libro que estaba en la oficinita de al lado, una que ya había visto en alguna presentación. Pero nada. A la Oficina de Atención había que ir, pasando varios controles, puertas de vidrio y cámaras que se movían como si te fueran a disparar. Me atendió una bienintencionada señorita que me dijo que no estaba segura de que me atendieran porque el domingo era el Día del Padre y la gente estaba aprovechando el viernes para los homenajes. «Pero, ¿eso no se acostumbra por la tarde?», dije yo, y ella: «Sí, pero, usted sabe la emoción» y yo: «Pero yo solo vengo por un libro, y prácticamente me he escapado del trabajo» y ella, amable, llamó y llamó a cuanto anexo pudo, pero nada. Entonces acoté: «Pero alguien debe quedar en el frente de cada oficina, al menos una persona. Digo, una señorita que después de todo no es padre (ni madre que a veces es prácticamente padre en estos tiempos) y ella, con un poco de conciencia social todavía: «Pero es que precisamente son ellas las que alistan los homenajes a los padres». Apenada por mi cara de confuso, hizo más llamadas. Incluso llamó al vigilante, que de paso, y para completar la mañana, era nuevo y no tenía idea de nada, menos de un libro. Rendido y a punto de llegar tarde a clases, hice retirada del frente, otra vez derrotado, sin el Laberinto de los endriagos, y agotado de ese otro laberinto.
Como dice el dicho que el que la sigue la consigue, volví tres días después, armado de valor, mejor dicho, de paciencia. No podría haber oficina de kafkiana que me detuviera. No sé, ese miércoles, sentía que estaba con suerte. Pasé con más conocimiento los primeros controles. Vi que la oficinita en donde que yo conocía estaba cerrada: se me estrujó el corazón. Pero igual llegué hasta la Oficina de Atención. La señorita me reconoció. Hizo la llamada. Me dijeron que las oficinas se habían mudado a otro piso, pero que sí iban a bajar a darme el libro. Suspiré. Me dieron una tarjeta con un número y me pidieron que esperara y esperara, y esperé. Al rato bajó una mujer joven con el libro dentro de una bolsa, pero entre ella y yo, había un arco de control de seguridad que había que pasar. Me ordenaron que pusiera en una charola llaves, celular, cuanto metal tuviera y que pasara bajo el arco. «Casi como en el aeropuerto, o algo más duro», pensé. Pero claro, era una oficina del estado, cómo no iba a ser de otra manera. Me ordenaron, eso, me ordenaron que recogiera mis cosas y solo entonces la señorita se pudo acercar. Me dijo que había que pagarlo en el banco, palidecí, pero me dijo que dentro del edificio había una sucursal, pero que primero había que recabar un formulario en una oficina que me señaló con un gracioso dedo, ella iba a esperarme. Corrí a la oficina, desesperado. Francamente, ya quería huir. Recogí mi formulario, corrí al módulo del banco, pagué, me dijeron que tenía que entregar uno de los formularios en otra oficina. Fui a la oficina. ¿El Laberinto de lo endriagos? No, seguro que la novela no iba a ser ningún laberinto, después de todo esto.
Finalmente la señorita me entregó el libro, le di el recibo, me despedí a medias, con miedo de que hubiera otro trámite. Volvía a pasar por todos los controles y, de pronto, estaba traspasando las rejas metálicas de la última puerta para quedar a merced de la calle. Contemplé la bolsa, lo abrí para verificar el libro del buen Hugo, y seguí caminando con prisa, contagiado del apuro limeño.
III
Y ahora, aquí, en mi mesa de trabajo, mientras escribo esta nota y me preparo a subir un fragmento de la novela para quienes quieran leerla, contemplo la carátula del libro y espero, con ansias leerlo este fin de semana.
NOTA
Si acaso alguien también quiere leer esta novela que promete ser estupenda, no se preocupen, me dicen que en unas semanas estará en librerías comunes, que no hay muchas, pero hay. Solo que mi ansiedad hizo que me apresurara y, por ello, me metiera, en el vientre de las oficinas del estado.