He leído con mucho agrado el nuevo libro de cuentos de Iván Loyola, El daguerrotipo de Dios. Editorial Cuadernos del Sur. 2016. Al terminar la lectura – como suele suceder – volví a repasar el índice y le di una mirada rápida a los cuentos con el afán de seleccionar los que más me habían gustado, algo así como una clasificación básicamente emocional. En cierto modo, la más sincera: el simple lector, capturado por una historia sin mayor apoyo que la contundencia del cuento. Debo reconocer que, en este caso, se me complicó la categorización porque cada uno de los ocho cuentos que componen el libro tenía sus propios méritos y, a su modo, cada cual me capturó en su espacio ficcional y me dejó cavilando en ello por un largo rato. Entonces – aun cuando se dice que un libro de cuentos es como una jornada de box en donde basta con que un par de peleas sea buena para señalar que ha sido buena toda la
jornada – debo afirmar que en el reciente libro de cuentos de Iván Loyola todas las historias tienen lo suyo.
Ahora bien, supongo que cuando se sometan los cuentos a la mesa de cirugía hermenéutica de los exégetas, tal vez le encuentren las costuras y los altibajos a alguno de ellos. Sin embargo, en mi modesta opinión, reitero que la primera impresión es importante.
De otro lado, vale la pena incluir en esta nota la revaloración que viene recuperando el cuento. En un espacio literario en donde la novela se ha ganado el puesto de literatura mayor, la escritura de cuentos se había casi resignado a su papel de actor de reparto. Sin embargo, ya desde hace un buen tiempo, me encuentro con muy buenos
libros de cuentos y muchos lectores interesados en ellos. Básicamente, un cuento tiene como rasgos – aparte de relativa extensión – el trabajo minucioso dentro de una estructura más cerrada, en donde, por lo general, se desarrolla una sola historia. En un cuento hay un conflicto, y todos los elementos planteados en él, deberían llevar la historia a un clímax. En cambio, como bien es conocido, en la novela puede haber varios momentos de
intensidad, conflictos secundarios; asimismo, la oportunidad para la digresión y hasta mayor libertad para la expansión verbal. En el cuento, la precisión y brevedad son indispensables.
Una novela se puede leer por partes. Un cuento se deberá leer de un tirón; de lo contrario, es posible que se pierda su intensidad. En fin, parafraseando al gran Julio Cortázar y su afición por el boxeo, en una novela se puede ganar por puntos; en un cuento, se gana por nocaut.
Los cuentos de este libro transcurren en diversos escenarios, varios de ellos en ambientes peruanos. Las historias van desde una misión secreta que transcurre en una atmósfera que malicia un misterioso desenlace; continúa con el reencuentro de un hombre con su pasado, luego resulta que ese reencuentro no solo se refiere al regreso físico, sino a algo mucho más profundo y simbólico; también hay un rescate que se complica; en otro relato se cuenta una extraña fascinación por una mujer de formas extravagantes que marca la vida del personaje. En fin, está igualmente, la historia de un naufragio cuya explicación descubre un drama personal; otro cuento que trata sobre la fascinación por conseguir una imagen de Dios. En todos ellos, debo destacar la impecable prosa del autor. Su habilidad para la organización de sus relatos y el mérito – en este caso – de haberle brindado a todos los cuentos una misma tonalidad y (como dice en la contratapa) un eje contundente: el juego del poder en sus distintas versiones.
Tengo entendido que el libro presente libro tendrá su presentación el día veintiséis de este mes. Éxitos. Por lo demás, recomiendo su lectura.