Con un para de copas de vino sobre la mesa tuve mi primera conversación importante sobre literatura. Hace tanto tiempo ya. Tal vez por esa razón, no encuentro otra manera de declarar cerrado un cuento si no es con una copa de vino y un buen cigarrillo. Ahora bien, debo reconocer que el primer sorbo de vino me lo permitió mi padre cuando pensó que yo ya era lo suficientemente grande como para escuchar sus penas mientras bebíamos un vino seco, de la casa, parados los dos junto a la barra de El Cordano. El momento me pareció formidable y simbólico, aunque, eso sí, el primer, el segundo y diría que hasta el tercer sorbo me pareció poco agradable. Allí mismo recibí mi primer par de lecciones para entender el sabor del vino, y fue suficiente. Desde entonces, mi relación con el liquido perfumado y rojizo se ha mantenido inquebrantable.
Por cierto que en un país como el nuestro, donde la cerveza tiene su reinado indiscutible, siempre es algo extravagante la preferencia por el vino. Ahora bien,como suele pasar con tantas cosas en nuestro país, el gusto por tal o cual bebida también marca tu segmentación social. Por lo tanto, el pueblo toma cerveza, carajo, y lo demás, con tu perdón, hermanito, son pendejadas. No obstante, el vino no solo ha abandonado paulatinamente su perfil bajo, sino que va expandiendo su magia milenaria con sorpendente rapidez. Entiendo que esta parte del mi post puede parecer extraño para quienes han crecido con el vino totalmente instalado en su cultura, pero, ni modo, no es tan cierto aquello de que en todo lugar se cuecen habas.
Con una botella de vino, mi hija y yo, hemos tenido muchas conversaciones de esas que voy recordar con alegría cuando me lleguen los tiempos de la añoranza. Con una y muchas botellas de vino he afirmado la buena amistad con mis más apreciados amigos. Por cierto, con una copa de vino comenzó uno de los romances más intensos que haya vivido y cuando tuve que aceptar que todo se había terminado, cerré el capítulo bebiéndome hasta la última gota de un Viña Albali. Es decir, si había que llorar, pues tenía que ser con estilo.
Cuelgo un video con un poema del Alberto Cortez que seguro que ya ha recorrido bastante por la red, pero que bien vale la pena instalarlo en este blog, tan flojo en estos tiempos en los que me abruma terminar con el libro en donde, seguro, algún personaje, tendrá fascinación por un buen vino. Paciencia, entonces, a mis amigos que tienen a bien leer este blog.