No me siento una mujer débil o frágil. Tal vez, solo soy muy afortunada. Creo que hasta ahora he hecho todo lo que he querido y lo que no he hecho es por cabrona, no por otra cosa. Tengo 29 años, he terminado una carrera, he viajado por algunos países, me mudé sola a un país muy muy lejano, en todo el sentido de la palabra. Cosas que jamás se vieron cuestionadas por el hecho de ser mujer (los peligros y obstáculos existen para todos: hombres y mujeres).
Esta decisión o esta actitud es, sin lugar a dudas, consecuencia de la educación que me dieron mis padres, quienes jamás me hicieron sentir que nacer mujer significaba nacer diferente o en desventaja. Jamás me limitaron. Todo lo contrario, me motivaron siempre a hacer realidad todo lo que me causaba emoción. De igual modo, reforzando la educación de mis padres, están los ejemplos de las mujeres que rodearon mi vida. De una ellas inclusive llevo el nombre. Crecí en una realidad paralela, tal vez, pero eso me ayudó mucho a formarme como soy. Las mujeres que conocí durante mi infancia eran mujeres inteligentes, con mucha actitud, con historias emocionantes, mujeres divertidas, apasionadas, coquetas. Eran mujeres que estaban haciendo lo que tenían que hacer, más allá de la coyuntura política, más allá de la coyuntura social y más allá de las adversidades que – algunos dicen que ser mujer – implica. Ellas se definían por sus méritos propios.
Al decir esto, no es mi intención negar la realidad que se vive en muchas sociedades, incluyendo mi ciudad de nacimiento, Lima. Una sociedad en la que el machismo es algo tan cotidiano durante el crecimiento y la formación de valores de las personas que distorsiona la perspectiva para cuestionarnos ciertas actitudes. Esta anomalía la llevamos inoculadas en las venas de nuestra sociedad desde hace cientos de años y, por supuesto, todo eso tiene que cambiar.
A lo largo de los años, las mujeres nos hemos abierto paso en la historia con esfuerzo para lograr ser respetadas, para ser legalmente iguales. Esto no ha sido fácil, ya que por siglos las mujeres hemos sido oprimidas, estigmatizadas, vistas como seres inferiores, sin voz ni voto. Creo que la ola más importante del feminismo, debió ser la segunda ola, la de las sufragistas: quienes lucharon – muchas sacrificando su vida – por nuestro derecho al voto. Costó sangre, pero gracias a eso hemos podido avanzar, se pudo luchar por nuestro derecho a una educación, a una igualdad salarial y a muchas otras cosas. Creo que después de este logro las fichas fueron cayendo poco a poco. En algunas sociedades más rápidas que otras, pero no hay vuelta atrás y de eso estoy segura. Quisiera subrayar esto último, “…en algunas sociedades más rápidas que otras” Ya (que) claramente opino que ciertas sociedades en Latinoamérica el proceso es más lento del que, personalmente, desearía.
Siempre me he considerado feminista. Para mí, el feminismo es equidad, conciencia, humanidad, la lucha por lo justo (ni más, ni menos), por lo correcto. He leído todo lo que ha llegado a mis manos referente al tema, he pasado horas interminables debatiendo al respecto, he tratado de ser lo más activa posible en movimientos que ayuden a la búsqueda de lo justo. Sin embargo, en la actualidad me preocupan mucho ciertos movimientos feministas que buscan hacernos creer que vivimos en una situación conspiradora, liderada por hombres malignos que no dejan que la mujer se consolide en la sociedad. Me refiero, por ejemplo, a casos como el #metoo.
No me parece constructivo – en la lucha para lograr igualdades – otorgarle a la mujer veracidad automáticamente; es decir, credibilidad no por sus méritos, sino por su género. No niego los testimonios de estas mujeres y su gran valía, pero, por ejemplo, hay situaciones en la que se sentencian a los varones sin pasar por un juicio, sin exigir pruebas, casi como un linchamiento popular y que no nos escandalicemos al respecto; como si la mujer, por ser mujer, siempre tuviera la verdad y el hombre, por ser hombre, fuera siempre un mentiroso. Inferencias que se alejan de la realidad y de lo justo. Personalmente me rehúso a ser parte de esa ola, de titulares tendenciosos, de falsos datos alarmistas. No me lo trago.
Las mujeres nos hemos ganado un espacio en la sociedad a pulso y aún tenemos que seguir trabajando al respecto, hay mucho trecho por construir, hay muchas cosas que se tienen que corregir: reformas educativas, cívicas, legislativas. Pero mientras estos ítems van avanzando, no tenemos por qué detenernos. Con una coyuntura, social y política adversa muchas mujeres lograron un cambio a lo largo de la historia. Con actos sencillos como, Katherine Switzer, quien en 1967 fue la primera mujer en correr una maratón. Hasta ese momento, las mujeres tenían prohibido correr, bastó que una se atreviera, para que la siguiera otra. El día de hoy, las niñas que quieran ser maratonistas lo van a hacer sin ser cuestionadas. Creo que el ejemplo es una gran herramienta para eliminar las desigualdades de género que nuestra sociedad aún sufre. Mujeres que se atrevieron a ir a la universidad. Mujeres que marcaron la diferencia incluso antes de nuestro derecho al voto, solo siendo fieles a ellas mismas, como la generala, Manuela Sáenz, amante del libertador Simón Bolívar, fiel a sus deseos de lograr la libertad de los pueblos en América Latina.
Pienso que son historias que merecen ser compartidas, historias que sentaron precedentes y que lo siguen haciendo. Son pruebas de que las mujeres, al igual que los varones, somos la suma de nuestras acciones: con errores y aciertos incluidos. Que un accionar complejo o simple, es un precedente que poco a poco ayuda a construir el camino a una convivencia justa.
Esa es mi intención en las siguientes notas que pienso compartir. Recopilar muchas de estas historias, comunicarlas, compartirlas por estos medios o por los que pueda. Tal vez – para algunos – solo les sirva como entretenimiento, o quizás los inspiren, como muchas veces me inspiraron a mí.